lunes, 11 de mayo de 2020

Zinc y COVID-19


Unos de los medicamentos más eficaces, aunque no exentos de ciertas polémicas, y que actualmente se están empleando en los diferentes protocolos de tratamiento frente a la pandemia de COVID-19 son la cloroquina y su derivado, la hidroxicloroquina. No es la primera vez que se usan para tratar un virus emergente nuevo, ya que hay evidencia de su actividad frente al virus del Zika, al virus del Ébola y al virus de Chikungunya. El mecanismo de acción en COVID-19 no se conoce aún con total profundidad y existen diferentes hipótesis que explicarían los efectos de la cloroquina en el ciclo de replicación del SARS-CoV-2.

El zinc es otra sustancia que podría reducir la actividad viral del SARS-CoV-2, ya que posee un efecto antivírico y puede aliviar las infecciones del tracto respiratorio. Es el segundo elemento traza más abundante que existe en el cuerpo y sus fuentes dietéticas son el pescado, los huevos, los productos lácteos, los mariscos (especialmente ostras) y las carnes rojas. Se necesita un aporte continuo ya que la capacidad del organismo para almacenarlo es limitada. Está comprobado que la multiplicación o replicación de los virus del SARS, hepatitis C e influenza H1N1, se inhiben por el óxido de zinc y las diferentes sales de este. Tampoco se conoce cómo el zinc ejerce su actividad antiviral y entre los posibles mecanismos se postulan la inhibición de la unión del virus a la mucosa, la supresión del efecto inflamatorio, la generación de interferón y la inhibición de enzimas necesarias para la replicación viral. Un estudio reciente mostró cómo las sales de zinc inhibían la ARN-polimerasa dependiente del ARN (RdRp), impidiendo así la replicación viral del virus de la hepatitis E. Curiosamente, esta enzima inhibida por el zinc, es la misma que también se necesita para la replicación del SARS-CoV-2.

Sin embargo, el zinc tiene dificultad para atravesar la membrana de la célula e ingresar en su interior, donde bloquearía la replicación viral, para lo que precisa de un transportador, que se conocen en general como ionóforos, que permiten el paso del zinc a través de la membrana plasmática, liberándolo en el citoplasma.

Es aquí, precisamente, donde la hidroxicloroquina puede desempeñar su principal papel, actuando como un ionóforo y permitiendo la entrada del zinc a la célula infectada, por lo que se ha planteado la administración conjunta y sinérgica de cloroquina o hidroxicloroquina y zinc para mitigar la exacerbación de COVID-19. De hecho, ya existe evidencia de los resultados con esta combinación. En concreto, se ha empleado hidroxicloroquina, azitromicina y zinc en forma de sulfato, en 350 pacientes con COVID-19, con un éxito total: no hubo fallecimientos, ninguno requirió de asistencia respiratoria, y ni siquiera uno de ellos necesitó ser hospitalizado, por lo que se han puesto en marcha nuevos estudios para corroborar estas acciones y resultados.

Desde el punto de vista teórico, ya que no se ha comprobado con el SARS-CoV-2, existen otras posibilidades de empleo del zinc para que pueda atravesar la membrana celular, como son su empleo en forma quelada con un aminoácido o asociado a la quercetina o al galato de epigalocatequina.


miércoles, 6 de mayo de 2020

COVID19 y enfermedad hepática


El SARS-Cov-2, es un tipo de coronavirus responsable de la enfermedad denominada COVID-19, que ha irrumpido en nuestra sociedad de forma abrupta generando una pandemia y del que hemos pasado de desconocerlo por completo, a centrar una gran parte de los recursos de la investigación en numerosas áreas de la medicina para poder estudiarlo en sus diferentes facetas.

Uno de los primeros datos procedentes de las analíticas de laboratorio de pacientes que habían desarrollado la enfermedad, fue que, junto con la alteración de otros parámetros serológicos (linfocitos, plaquetas, dímero D, PCR, LDH,...), también sufrían una elevación las enzimas hepáticas durante la progresión de la enfermedad, notificándose en diversos estudios que más del 50% (dependiendo de las series) de los pacientes con SARS-CoV-2 presentaban un aumento de las transaminasas, hecho que ya se había observado en otras infecciones por virus similares, como la que provocó el coronavirus que causó el síndrome respiratorio agudo grave (SARS-CoV) y el coronavirus causante del síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV), que comparten similitud de secuencia del genoma con el SARS-CoV-2.

Este virus, una vez que ingresa al torrente sanguíneo, puede desplazarse a través de él por cualquier parte del cuerpo, y el hígado es un órgano muy vascularizado, por lo que el coronavirus puede penetrar fácilmente en el tejido hepático. Pero para que el virus provoque un daño celular, tiene que acoplarse a la célula a través de un receptor. Una vez acoplado, ingresaría en la célula, que en el caso del SARS-CoV-2, es el ACE2,  que es un receptor el cual solo encontramos en determinadas células donde el virus puede provocar por tanto un daño, como son las del pulmón, los riñones, el corazón, el cerebro, el intestino, los vasos sanguíneos y el hígado, los órganos más afectados por esta infección.

Además de la presencia de los receptores ACE2 en el hígado, son numerosas las hipótesis propuestas por las que puede producirse la afectación hepática por el SARS-CoV-2 y posiblemente sea multifactorial, entre las que también se incluyen la respuesta inmunitaria desbordada conocida como “tormenta de citoquinas” que también daña al hígado, los efectos secundarios de los fármacos empleados en su tratamiento y la falta de oxígeno por la insuficiencia respiratoria o por la microtrombosis en el hígado, que podría dificultar un adecuado flujo de sangre y aporte de este elemento.

En general, los pacientes con COVID-19 grave tienen tasas más altas de disfunción hepática, y los pacientes sintomáticos tienen más probabilidades de tener enzimas hepáticas elevadas en comparación con los pacientes con enfermedad subclínica. No obstante, hasta el momento, no se ha podido confirmar que el daño al hígado sea permanente.

Es por tanto importante mantener un adecuado funcionamiento hepático durante cualquier fase de la enfermedad, pero también, tanto antes de desarrollarla, como después de haberla padecido, y, en este sentido, pueden ser de vital importancia emplear plantas medicinales y suplementos dietéticos que puedan proteger al hepatocito, favorecer su regeneración y mejorar los procesos de eliminación de residuos tóxicos como son por ejemplo el cardo mariano (Silybum marianum), la alcachofa (Cynara scolimus), la zarzaparrilla (Smilax medica), el boldo (Peumus boldus), el diente de león (Taraxacum officinale), el romero (Rosmarinus officinalis), el rábano negro (Raphanus sativus), el desmodio (Desmodium ascendens), la colina, la metionina o el glutatión entre otros, suplementos que siempre se pueden encontrar en establecimientos especializados del sector.