sábado, 3 de abril de 2021

Alergia primaveral

De una forma simplista, podemos decir que la alergia es aquel proceso que tiene lugar en nuestro organismo, cuando nuestro sistema inmunitario da una respuesta exagerada a cualquier estímulo externo. En condiciones normales, supongamos que estamos respirando partículas de polen, en nuestro aparato respiratorio se desencadenan respuestas como el estornudo o la tos para evitar que entren éstas en nuestras vías respiratorias, aumenta la secreción de moco y se cierran un poco los bronquios para evitar que penetren más profundamente esos pólenes y se queden pegadas en la mucosidad. Si esto mismo se produce de forma intensa y con cantidades mínimas de polen apareciendo tos continua, salvas de estornudos, aumento de la secreción de mucosidad y broncoconstricción intensa, efectivamente estaremos evitando la entrada del polen, pero de una forma que también estaremos provocando daños en nuestro organismo, y es esta forma de reaccionar excesiva, lo que conocemos como alergia. Aunque es raro con las alergias a pólenes, a ácaros o a epitelios de animales y es más propio de reacciones alérgicas a medicamentos o a alimentos, se puede provocar una respuesta tan intensa que puede poner en peligro la vida de quien la sufre, al producirse una afectación de todo el organismo con hipotensión y dificultad respiratoria, denominada shock anafiláctico y que constituye una emergencia médica.

Las alergias están en un claro aumento de su incidencia en la población general, pues se calcula que en la actualidad con respecto a los datos de hace los últimos 40 años, el número de alérgicos a determinadas sustancias se ha duplicado e incluso en algunas alergias, triplicado, estimándose que el 25% de los niños en la actualidad ha sufrido alguna alergia, y es que, en el desarrollo de esta patología, cada vez tienen más peso los factores medioambientales frente a los puramente genéticos. Los últimos datos, nos avisan de que en dos décadas es posible que el 50% de la población de países industrializados haya desarrollado una alergia.

Entre las causas que están provocando el aumento de la incidencia está sin lugar a dudas, el auge de la industria química, que cada vez lanza nuevas sustancias y en mayor cantidad a nuestro entorno, pudiendo actuar como alérgenos o sustancias capaces de provocar una alergia, ya sea en lo que comemos, en lo que respiramos, o en todo aquello que entra en contacto con nuestra piel. Pero estas sustancias químicas también pueden actuar por otro mecanismo mediante el que amplifican e intensifican la respuesta alérgica o favoreciendo la penetración de estas sustancias en nuestro organismo. En este sentido, hace unos años se publicó un estudio realizado en Japón en el que se comprobó que los niños que vivían cerca de autopistas tenían más alergias y eran más intensas que los niños que residían en zonas rurales con una mayor concentración de pólenes. Por si esto fuera poco, estas partículas procedentes de la combustión sobre todo de los motores diésel, también nocivas para las plantas, son capaces de provocar que éstas fabriquen ciertas proteínas para defenderse, proteínas que las hacen más alergénicas. Estos hechos se han podido comprobar en estudios realizados también en España como el llevado a cabo en el hospital Vall d´Hebron de Barcelona.

La otra vía por la que están aumentando las alergias, está explicada perfectamente por la “teoría higienista”, que defiende que un exceso de higiene y un ambiente excesivamente estéril en los primeros años de vida, donde a los niños se les vacuna frente a cada vez más virus y bacterias, se emplean numerosos antibióticos frente a cualquier infección, se esteriliza todo lo que nos rodea (biberones, chupetes, suelo,….), provoca que nuestro sistema inmunitario preparado para defendernos de gérmenes y que necesita para su maduración de los estímulos microbianos, al “verse sin trabajo” se dedique entonces a defenderlo de otras sustancias que no son patógenas, identificando una simple partícula de polvo, de polen o del pelo del gato como un cuerpo extraño peligroso, o incluso cometa errores por esa falta de “entrenamiento” reaccionando de forma anómala frente a sustancias que no tendrían por qué provocarnos una alergia.

Estos hechos explicarían la paradoja de por qué hay más personas con alergia y con síntomas mucho más importantes en zonas urbanas frente a las zonas rurales y debe quedar claro que no estoy invitando a rechazar la higiene, los planes de vacunación o los antibióticos cuando son necesarios, pero sí es cierto que deberíamos de sobreproteger menos a nuestros menores y a nosotros mismos.

Las alergias a los pólenes, aparecen cuando se produce la polinización, siendo diferente para cada planta o especie vegetal, por lo que podemos ver cómo hay personas que sus síntomas los experimentan en diferentes momentos del año. Lo normal es que los síntomas se circunscriban a la zona de las vías respiratorias altas, apareciendo como síntomas, el picor nasal, de ojos o incluso oídos, el aumento de la secreción nasal en forma de mucosidad muy fluida y poco adherente y los estornudos en forma de salvas. Es lo que se conoce como fiebre del heno. A veces los síntomas pueden afectar a las vías respiratorias bajas apareciendo con dificultad para respirar, siendo incluso audibles sin necesidad de un fonendoscopio los llamados pitidos o sibilancias con el consiguiente desarrollo del asma bronquial. Además, cada vez son más frecuentes las alergias a diferentes elementos, no ya sólo a pólenes, sino que coexisten por citar un ejemplo con alergias al epitelio del perro y a la leche.

Las pruebas alérgicas tienen solo una justificación cuando se propone como tratamiento el empleo de las vacunas, ya que, para elaborarlas necesitamos conocer a qué se es alérgico. Estas vacunas contienen una pequeña cantidad de esa sustancia a la que somos alérgicos que se va aumentando en cada dosis para que nuestro cuerpo se vaya acostumbrando y la tolere, que es lo que se conoce como “desensibilización”, considerándose el único tratamiento capaz de modificar el curso natural de la enfermedad. Sin embargo, las vacunas solo son eficaces frente a los alérgenos que nos hemos vacunado (puede haber otros muchos más, ya que es imposible hacer pruebas cutáneas para todos los pólenes de plantas o todos los epitelios de animales). Una vez terminado la vacunación, algunas personas pueden no volver a tener síntomas frente a los alérgenos que se habían incorporado en la vacuna, pero otras con el tiempo pueden volver a presentarlos o incluso manifestar alergias nuevas.

En cuanto al tratamiento, las alergias se tratan con antihistamínicos y corticoides en los casos de peor control a los que se pueden asociar broncodilatadores si está comprometida la función respiratoria. Frente a estos medicamentos no exentos de efectos secundarios, disponemos de numerosos recursos no farmacológicos capaces de controlar los síntomas del proceso alérgico, pudiendo combinarse remedios que disminuyen la respuesta alérgica con otros que cubren los síntomas locales. Entre las plantas medicinales capaces de modificar la respuesta alérgica, tenemos numerosas opciones, entre las que podemos destacar:

  • Onagra (Oenothera biennis): Tiene propiedades antihistamínicas, por lo que puede ser muy útil para las urticarias en ingesta oral y para los eccemas provocados por la alergia cuando la aplicamos tópicamente. Su uso previene la aparición de alergias respiratorias y reduce sus síntomas.
  • Reishi (Ganoderma lucidum): Posee distintos principios activos que actúan sobre el fenómeno alérgico, pues es antioxidante, antiinflamatorio, antihistamínico y en las concentraciones y cantidades adecuadas puede actuar como la cortisona.
  • Escutelaria (Scutellaria baicalensis): En este caso, ejerce una acción es similar a la que ejerce el cromoglicato disódico, impidiendo que los mastocitos liberen histamina. Además, contiene sustancias antioxidantes que neutralizan los efectos tóxicos de los radicales libres.
  • Sol de oro (Helychrisicum stoechas): Posee propiedades antihistamínicas que ayudan a contrarrestar los síntomas alérgicos.
  • Quercetina: Suele extraerse de la planta Sophora japonica L., pero está ampliamente distribuida en el reino vegetal, siendo la cebolla el alimento que la contiene en mayor cantidad. Inhibe la liberación de leucotrienos, que son los mediadores químicos responsables de la contracción de la fibra muscular lisa del árbol bronquial entre otros, relacionados con la broncoconstricción de los fenómenos asmáticos, por lo que es útil en el asma alérgico.
  • Grosellero negro (Ribes nigrum): Actúa sobre la glándula suprarrenal estimulando la síntesis de cortisol endógeno que tiene la propiedad de ser un gran antiinflamatorio y de tener los efectos de los corticoides sin los efectos secundarios de éstos.
  • Fumaria: Posee una acción muy importante antihistamínica, por ello se usa con éxito en las alergias y el asma.
Por último, como soluciones no farmacológicas, debe considerarse a la acupuntura y a la homeopatía que también han demostrado una alta eficacia pudiendo complementarse también muy bien con la fitoterapia. Como ve, existen multitud de opciones terapéuticas en el tratamiento de la alergia, pero recuerde que para elegir bien cuál es la que mejor puede irle a usted, debe consultar con un buen profesional.

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