Una molécula
es estable cuando las cargas positivas o protones, están equilibradas con las
negativas o electrones y no presenta electrones desapareados en sus órbitas.
Sin embargo, ante determinadas circunstancias, una molécula puede perder algún
electrón, con lo que esa molécula queda muy inestable al no estar compensadas
las cargas de uno y otro signo. A esta especie química altamente reactiva, se
la considera un radical libre. Esa inestabilidad le hace tener una vida muy
corta y busca y alcanza su estabilidad robándole ese electrón que le falta a
otra molécula, provocando una nueva alteración y apareciendo un
nuevo radical, con lo que se desencadena una reacción en cadena alterando de
esta forma a las proteínas y lípidos de las membranas de las células
oxidándolos o dañando el material genético, el ADN.
Desde el momento en que
empezamos a respirar, una función vital, el oxígeno actúa también de forma perjudicial
sobre nuestro organismo, ya que genera radicales libres en el interior de las
células y nos oxida, como ocurriría cuando un metal queda expuesto a la
intemperie sin protección. Son numerosas las situaciones que pueden provocar
que se generen estos radicales libres, pero las más conocidas son el estrés,
tabaquismo, contaminación ambiental, radiaciones solares, dietas ricas en grasas saturadas, empleo de grasas
vegetales refinadas, infecciones víricas y bacterianas, ejercicio físico
intenso, etc.
El
envejecimiento que sufrimos, es consecuencia de la presencia de radicales libres,
pero también numerosas patologías como enfermedades cardiovasculares,
arteriosclerosis, Parkinson, Alzheimer, problemas de fertilidad, hepatitis,
hipertensión, lupus o cánceres como los de boca, faringe y esófago.
Sin
embargo, en ciertas circunstancias como son las infecciones víricas y
bacterianas, la generación de radicales libres por parte de nuestro sistema
inmunitario tiene una finalidad distinta, ya que contribuyen a la eliminación y
destrucción de estos gérmenes de nuestro organismo con lo que en estas
situaciones juegan un papel beneficioso. Pero como siempre debe haber un
control, y si se producen en exceso, pueden resultar dañinos para nuestro
organismo.
Como
una de las principales consecuencias que producen los radicales, es el
deterioro de nuestras células mediante procesos de oxidación, las moléculas
que neutralizan a estos radicales, se denominan genéricamente como
antioxidantes. Los antioxidantes son capaces de ceder a un radical ese electrón
que le falta, con lo que se estabiliza y deja de existir ese radical,
deteniéndose toda la espiral de destrucción en cascada que el radical había
provocado.
Estos
antioxidantes se encuentran presentes en numerosos alimentos como las frutas,
las verduras, las hortalizas, el cacao o el té verde, ya que poseen vitaminas
como la C o E o betacarotenos, así como otras moléculas como el resveratrol,
licopeno, galato de epigalocatequina, luteína o zeaxantina.
También
nuestro organismo dispone de sistemas de defensa antioxidantes. Entre estas
sustancias están la catalasa, superóxidodismutasa, glutatión, proteínas
plasmáticas como la ferritina, transferrina, ceruloplasmina y albumina, melatonina,
estrógenos y un largo etcétera. Muchas de estas moléculas, especialmente las
enzimas necesitan para su correcto funcionamiento que estén presentes ciertos
minerales que actúan como cofactores y a los que se les reconoce capacidad por
tanto antioxidante, como el selenio, cobre, magnesio, o zinc.
En
ciertos momentos, a veces no son suficientes todos estos antioxidantes que se
encuentran en nuestro organismo y que aportamos con los alimentos, pudiendo
desarrollarse numerosas enfermedades o agravándose otras ya existentes, por lo
que es necesario aportarlos en forma de suplementos.
Han
demostrado ser eficaces para retrasar el envejecimiento y prolongar la vida, en
la prevención del daño cerebral ocasionado por la intoxicación por plomo en
mujeres gestantes, en la prevención de cánceres como el de piel, en la reducción
el dolor en la pancreatitis, mantienen sanas las arterias disminuyendo el
riesgo cardiovascular y un largo etcétera de enfermedades.
Pero
como en todos los aspectos de nuestra vida, la virtud está siempre en el
término medio, o como ya dijo Paracelso en la Edad Media, “la dosis hace de una sustancia que ésta se comporte como un alimento,
un medicamento o un veneno” y es que estas moléculas tan dañinas y tan
temidas que son los radicales libres, pueden ser en determinadas circunstancias
necesarias para nuestro organismo. La hipótesis, ya la lanzó en 2013, el científico
y premio nobel James Watson que se mostraba crítico y nos
prevenía de la moda de emplear antioxidantes en ciertas patologías como el
cáncer ya que pueden ser los responsables de que muchas terapias oncológicas
fracasen. Cuando la multiplicación celular se descontrola, como en el caso del
cáncer, los radicales libres harían una buena labor induciendo la muerte de las
células tumorales, lo que impediría su proliferación.
Watson, llegó a afirmar que
los suplementos nutricionales antioxidantes pueden causar más cánceres de los
que previenen debido a su interacción con las sustancias oxidantes que
facilitan la muerte celular. De hecho, la mayoría de los agentes utilizados
para destruir células cancerígenas (radiaciones ionizantes, muchos agentes
quimioterápicos y algunas terapias dirigidas a dianas moleculares) actúan
directa o indirectamente generado especies reactivas de oxígeno que bloquean
etapas clave del ciclo celular deteniéndose así el proceso de expansión celular.
Todo empezó cuando se
publicaron las conclusiones de dos estudios llevados a cabo en los noventa
entre fumadores, que encontraron que la administración de suplementos de
betacaroteno parecía acelerar la
progresión de los tumores de pulmón y no se
hallaron evidencias de su efecto protector frente a otros cánceres.
Con posterioridad se ha ido
comprobando con nuevos estudios que esta hipótesis tiene cada vez mayor
solidez, y por ejemplo sabemos que los antioxidantes presentes en fármacos
antidiabéticos aumentan el riesgo de metástasis, que en caso de cáncer de
pulmón pueden acelerar su crecimiento o como en tumores sólidos, como el
melanoma aumenta también el riesgo de metástasis ya que las células del sistema
inmunológico usa radicales libres para matarlas antes de que se establezcan. Además,
las células tumorales que logran extender los tumores tienen mutaciones que las
hacen resistentes al estrés oxidativo. Por todo ello se ha planteado en
oncología la posibilidad de emplear sustancias pro-oxidantes para aumentar el estrés
oxidativo y prevenir las metástasis.
Para añadir aún más
incertidumbre y confusión, uno de los mayores estudios que se realizó para
estudiar el efecto de los antioxidantes realizado en Francia con 12.741
voluntarios y conocido como Su.Vi.Max demostró que el efecto protector frente
al cáncer del antioxidante suministrado (vitaminas C, E, betacaroteno, selenio
y zinc) solo se presentaba en varones y no en mujeres.
Como conclusión, decir que los
antioxidantes son útiles y necesarios ya que intervienen en numerosos procesos
metabólicos y su falta puede provocar numerosas enfermedades, pero para
mantener un equilibrio, lo mejor es llevar una dieta adecuada con predominio de
frutas, verduras y hortalizas como la dieta mediterránea, ya que de esta forma
se mantienen niveles estables y óptimos de éstos en sangre ayudando a mantener
una adecuada homeostasis con una adecuada concentración de radicales libres,
para ello.
Para obtener la mayor cantidad
de antioxidantes consuma una dieta que incluya una buena mezcla de frutas y
verduras de colores vivos, además de otros alimentos ricos en antioxidantes:
- Vitamina
A y betacarotenos (provitamina A): se encuentra en frutas de color rojo,
naranja y amarillo como la zanahoria o la calabaza, brócoli, espinacas y hortalizas de hoja
verde. En mayor cantidad la encontramos en leche, hígado, mantequilla y
huevos, pero poseen además numerosas grasas saturadas.
- Vitamina
C: se encuentra en la mayoría de frutas y vegetales especialmente en
papaya, fresas, frambuesas, moras, arándanos, naranjas, melón, sandía,
kiwi, pimentón, pimientos rojos y verdes, coles de Bruselas, coliflor y
col rizada.
- Vitamina
E: se encuentra en aceites vegetales, especialmente el de germen de trigo,
frutos secos, semillas, hortalizas de hoja verde como las espinacas y el
brócoli.
- Luteína:
se encuentra en la yema del huevo, maíz, mostaza, manzana, pera,
aguacates, algas, espinacas, acelgas y guisantes.
- Licopeno:
se encuentra en las frutas y verduras de color rosa (rosado) y rojo, tales
como los pimientos, sandía, albaricoques, papaya y especialmente en el
tomate.
- Selenio:
se encuentra en cereales (maíz, trigo y arroz), frutos secos, leguminosas,
productos de origen animal (pescado, pavo, pollo, mariscos, carnes rojas, huevos
y queso), pan y pasta.
- Resveratrol: lo encontramos sobre todo en las uvas y vino, pero también en el chocolate, moras y nueces.
No todos los antioxidantes sirven o han demostrado eficacia para cada problema, por lo que si cree que podría necesitar un aporte extra, o padece alguna enfermedad, lo mejor es que se ponga en contacto con el profesional de la salud de su confianza que le podrá decir si los precisa, cual y en qué dosis debe tomarlo.
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